Cué.

Su nombre y los de Barro, Póo y Celorio en el concejo de Llanes, están grabados en la memoria de los descendientes de quienes, hace siglos, se dedicaron a la pesca de la ballena.
“Si oyes el reló de Cue, e qu’él temporal se jué”, dice un refrán.
Ayer, hoy si acaso, lo que más se escucha al llegar a este pueblo, ubicado a dos kilómetros de Llanes, es el susurro del mar.
Y el tiempo detenido, que también puede escucharse cuando el “reló”, se deja en casa. El mar emite un sonido casi imperceptible porque está “a la otra orilla” de la carretera. Más allá del verde y de la iglesia. Mezclado con el cielo.
Cuenta la historia que Cue, junto con Barro, Niembro, Celorio y Poo son los pueblos llaniscos cuyos nombres están unidos a las grandes efemérides balleneras, una actividad que empezó a declinar a partir del siglo XVIII hasta desaparecer y ser sustituida, entre otras actividades, por la recogida de algas.
Por eso no es extraño que Cue huela a solera. A solera de marino viejo de tierra firme, sabedor de una y mil leyendas; éste que imaginamos con manos callosas y piel arrugada por el viento salado del Cantábrico, con la mirada perdida en la última ola, que siempre es la primera para quien vive del océano.
Cue también es cálido. De casas que se acercan las unas a las otras, ventana con ventana, en una especie de laberinto vecinal donde resulta fácil darse los buenos días.
Casas pequeñas y delgadas, que se levantan retadoras entre el mar y la montaña, frente al Pico Soberrón.
Sus playas no tienen que envidiar, en belleza, a las del resto de la costa llanisca. La de Antilles, tiene muy cerca “Isla Grande”, un islote que divide el horizonte en dos. Verla con marea baja y apenas sin gente, es algo que no hay que perderse. Otra playa que se puede visitar, aunque está más lejana, es la del Portiellu, enclavada entre islotes y acantilados.
El pueblo, sin olvidar su paisaje, cuenta con varios rincones que disfrutar sin prisa, además de la iglesia parroquial y su cementerio, posee una capilla bajo la advocación de San Antonio, que data de 1897, sin olvidar el lavadero y la fuente construidos a expensas de don Alonso Noriega Mijares, en 1888, restaurado exactamente un siglo después , y del que se sienten muy orgullosos sus vecinos, tal y como reza en una placa allí colocada: “Se restauró este lavadero de San Fernando gracias a los esfuerzos de la gente de este pueblo. 1988”.
Precisamente en honor a este santo hay fiesta el 30 de Mayo. Y en Junio, a San Juan, los días 13 y 14, fecha en que comienzan a llegar sus moradores vacacionales.
Cue rinde culto al mar, porque sabe mirarle con la pasión y el respeto de quien ama lo indomable, frente a frente. Como si fuera un viejo marino, merece la pena conocerle y escuchar, de sus labios, las aventuras de su vida…

(Ana P. Paredes)

Compartido por Jose Bolado

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